sábado, 9 de marzo de 2019

Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo


       
                 Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo   (Lc 23, 35-43)   

Por Rev. Diácono Teodoro L. González Serrano
  1. La misericordia de Jesús
En versículo anterior, San Lucas recoge la primera palabra de Cristo en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben qué hacen”.

Jesús, pide perdón por todos los hombres, ya que el pecado de todos, es la causa real de su crucifixión.

Es el perdón que Cristo pide a su Padre, ya que estaba siendo crucificado por haber revelado que era su Hijo.

Es la misericordia de Cristo volcándose por todos los seres humanos (Hech 3:17; 13:27).
  1. Un reinado de justicia y de amor.
El Salmo 28, 10-11 dice; "El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz".

La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos, es una síntesis de todo el misterio de salvación.

Con ella se cierra el año litúrgico, y se presenta a Cristo glorioso, Rey de toda la creación.

Hoy, el evangelio nos muestra a Jesús como el único soberano, ante una sociedad que parece vivir de espaldas a Dios.

Se pone de manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor:

"Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se dispersaron el día de los nubarrones y de la oscuridad" (Ez 34, 11-12).

Jesús, como buen pastor, buscó a los hombres dispersos y alejados de Dios por el pecado.
  1. Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, ¡El Elegido!
Pues en todas las palabras de Cristo en la cruz, excepto al buen ladrón, todas tienen, directa o indirectamente, un sentido universal por todos los hombres.

Los soldados de la custodia, repetían lo que oían decir a los príncipes de los sacerdotes: que, si era el Mesías, bajase de la cruz.

Era indicio del odio del soldado romano, al judío.

En boca de los príncipes de los sacerdotes pone, el sinónimo del Mesías, el Elegido.

Lucas, deja para lo último, la escena de los dos ladrones crucificados con Él.

Los que van a ser crucificados con Cristo eran malhechores y salteadores, bandidos que asaltan a los indefensos.
  1. ¿No eres tú el Mesías?, Sálvate a ti mismo y a nosotros
Cuando Cristo estaba en la cruz, el mal ladrón le injuriaba y le insultaba con las palabras que oye de los presentes.

La injuria era que, si era el Mesías, con sus poderes, que bajase de la cruz y que lo bajase con Él.

Consideraba, así que sería más espectacular su triunfo.

Pero también, era para ver si lograba una misericordia de los presentes, y que le perdonase la vida.

Esta actitud es símbolo del egoísmo que vive el mundo.

Pero el buen ladrón le reprende, y, reconociendo la justicia de la pena a sus culpas, proclama la inocencia de Cristo, al considerar que, por los insultos que el otro dirige a un inocente, demuestra no temer a Dios, en el último momento de su vida.
  1. Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Y, volviéndose a Cristo, le pidió que se acordase de él.

La respuesta de Cristo es prometerle, con gran solemnidad, "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".

Este poder por parte de Cristo, de la suerte eterna de los seres humanos, presenta a Jesús con poderes divinos.

No es un profeta que anuncia una revelación.

Es Cristo que aparece disponiendo él mismo, de la suerte eterna de este hombre. Y esto es poder de Dios.

El paraíso, es una palabra persa, significa jardín.

El buen ladrón, se roba el paraíso en el último instante de su vida, confiándose a Jesús, del mismo modo que éste se entregará en los brazos del Padre. "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"
  1. Cristo es un Rey crucificado.
El Evangelio nos invita a fortalecer en nosotros, el deseo de que Cristo reine en nuestra vida.

Pero, para que esto suceda, es necesario vivir siempre en nosotros, una unión total a él.

Jesús, que nos amó primero y que por nosotros llega hasta la muerte, para destruir en su cuerpo clavado en la cruz, nuestro pecado.

Su triunfo, es el triunfo
  • del amor sobre el odio
  • el bien sobre el mal
  • la gratitud sobre la ingratitud
Su victoria es, para el incrédulo, una aparente derrota.

Cristo es un rey crucificado.

Por eso, su poder está en la entrega de sí mismo hasta el extremo, colgado en la cruz, donde es un rey coronado de espinas.

Se trata de una realeza difícil de entender, desde el punto de vista humano.

Para ello, es necesario emprender el camino del amor humilde, que se hace servicio y entrega, hasta la muerte.

Si emprendemos ese camino, el mismo Espíritu Santo, nos hará capaces de entender al humilde rey de la gloria, de quien todos estamos llamados, a ser su discípulo.

Para ello, imitando a Jesús, nosotros debemos dar muerte, a todo nuestro mundo de egoísmos, de pasiones, de vanos deseos y de arrogancia.

  1. Que Cristo reine en primer lugar.
En 1 Cor 15, 25 dice: "Es necesario que Él reine..."

San Pablo enseña que la soberanía de Cristo sobre toda la creación, alcanzará su plenitud tras el juicio universal.

Su venida gloriosa al fin de los tiempos, llevará consigo el triunfo definitivo sobre el demonio, el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte.

Por eso, la actitud del cristiano no puede ser pasiva, ante el reinado de Cristo en el mundo.

Es necesario que Jesús reine
  • en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y sus verdades reveladas
  • es necesario que reine en nuestra voluntad, para que nos identifiquemos cada vez más con su voluntad divina
  • es necesario que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al amor a Dios
  • es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo
  • en necesario que reine en nuestro camino de santidad
La fiesta de Cristo Rey, es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y majestad.

Nosotros colaboramos en la extensión del reino de Jesús, cuando procuramos hacer más humano y cristiano el mundo que nos rodea, el que vivimos diariamente.
  1. Extender el Reino de Cristo.
A la pregunta de Pilato, Jesús contestó: "Mi reino no es de este mundo..."

Y ante la nueva interpelación del Procurador, respondió: "Yo soy Rey. Para esto he nacido..." (Jn 18, 36-37).

No siendo de este mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí.

Se extiende su reinado en medio de los hombres cuando estos se sienten hijos de Dios, se alimentan de Él y viven para Él.

Cristo es un Rey, a quien el Padre le ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra, y gobierna siendo manso y humilde de corazón, porque ha venido, no a ser servido, sino a servir, y dar su vida para la redención de los pecados.

Su trono fue
  • primero el pesebre de Belén
  • luego en la Cruz del Calvario
  • y al final de los tiempos, será en el Reino de los Cielos
Un ladrón fue el primero en reconocer su realeza: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino".

El título, que para muchos fue motivo de escándalo, será la salvación de este pecador.

El ladrón solo pedía que se acordase de él; pero el Señor le dice: "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Nuestra vida consiste en vivir con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está su Reino.

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