Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo (Lc 23, 35-43)
Por Rev. Diácono Teodoro L. González Serrano
- La misericordia de Jesús
En versículo
anterior, San Lucas recoge la primera palabra de Cristo en la cruz:
“Padre, perdónales, porque no saben qué hacen”.
Jesús, pide perdón
por todos los hombres, ya que el pecado de todos, es la causa real de
su crucifixión.
Es el perdón que
Cristo pide a su Padre, ya que estaba siendo crucificado por haber
revelado que era su Hijo.
Es la misericordia
de Cristo volcándose por todos los seres humanos (Hech 3:17; 13:27).
- Un reinado de justicia y de amor.
El Salmo 28, 10-11
dice; "El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a
su pueblo con la paz".
La Solemnidad de
Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos, es una síntesis de
todo el misterio de salvación.
Con ella se cierra el año
litúrgico, y se presenta a Cristo glorioso, Rey de toda la creación.
Hoy, el evangelio
nos muestra a Jesús como el único soberano, ante una sociedad que
parece vivir de espaldas a Dios.
Se pone de
manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a establecer su reinado,
no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre
del pastor:
"Como un pastor
sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas
dispersas, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las libraré,
sacándolas de todos los lugares donde se dispersaron el día de
los nubarrones y de la oscuridad" (Ez 34, 11-12).
Jesús, como buen
pastor, buscó a los hombres dispersos y alejados de Dios por el
pecado.
- Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, ¡El Elegido!
Pues en todas las
palabras de Cristo en la cruz, excepto al buen ladrón, todas tienen,
directa o indirectamente, un sentido universal por todos los hombres.
Los soldados de la
custodia, repetían lo que oían decir a los príncipes de los
sacerdotes: que, si era el Mesías, bajase de la cruz.
Era indicio del odio
del soldado romano, al judío.
En boca de los
príncipes de los sacerdotes pone, el sinónimo del Mesías, el
Elegido.
Lucas, deja para lo
último, la escena de los dos ladrones crucificados con Él.
Los que van a ser
crucificados con Cristo eran malhechores y salteadores, bandidos que
asaltan a los indefensos.
- ¿No eres tú el Mesías?, Sálvate a ti mismo y a nosotros
Cuando Cristo estaba
en la cruz, el mal ladrón le injuriaba y le insultaba con las
palabras que oye de los presentes.
La injuria era que,
si era el Mesías, con sus poderes, que bajase de la cruz y que lo
bajase con Él.
Consideraba, así
que sería más espectacular su triunfo.
Pero también, era
para ver si lograba una misericordia de los presentes, y que le
perdonase la vida.
Esta actitud es
símbolo del egoísmo que vive el mundo.
Pero el buen ladrón
le reprende, y, reconociendo la justicia de la pena a sus culpas,
proclama la inocencia de Cristo, al considerar que, por los insultos
que el otro dirige a un inocente, demuestra no temer a Dios, en el
último momento de su vida.
- Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Y, volviéndose a
Cristo, le pidió que se acordase de él.
La respuesta de
Cristo es prometerle, con gran solemnidad, "Yo te aseguro que
hoy estarás conmigo en el paraíso".
Este poder por parte
de Cristo, de la suerte eterna de los seres humanos, presenta a Jesús
con poderes divinos.
No es un profeta que
anuncia una revelación.
Es Cristo que
aparece disponiendo él mismo, de la suerte eterna de este hombre. Y
esto es poder de Dios.
El paraíso, es una
palabra persa, significa jardín.
El buen ladrón, se
roba el paraíso en el último instante de su vida, confiándose a
Jesús, del mismo modo que éste se entregará en los brazos del
Padre. "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"
- Cristo es un Rey crucificado.
El Evangelio nos
invita a fortalecer en nosotros, el deseo de que Cristo reine en
nuestra vida.
Pero, para que esto
suceda, es necesario vivir siempre en nosotros, una unión total a
él.
Jesús, que nos amó
primero y que por nosotros llega hasta la muerte, para destruir en su
cuerpo clavado en la cruz, nuestro pecado.
Su triunfo, es el
triunfo
- del amor sobre el odio
- el bien sobre el mal
- la gratitud sobre la ingratitud
Su victoria es, para
el incrédulo, una aparente derrota.
Cristo es un rey
crucificado.
Por eso, su poder
está en la entrega de sí mismo hasta el extremo, colgado en la
cruz, donde es un rey coronado de espinas.
Se trata de una
realeza difícil de entender, desde el punto de vista humano.
Para ello, es
necesario emprender el camino del amor humilde, que se hace servicio
y entrega, hasta la muerte.
Si emprendemos ese
camino, el mismo Espíritu Santo, nos hará capaces de entender al
humilde rey de la gloria, de quien todos estamos llamados, a ser su
discípulo.
Para ello, imitando
a Jesús, nosotros debemos dar muerte, a todo nuestro mundo de
egoísmos, de pasiones, de vanos deseos y de arrogancia.
- Que Cristo reine en primer lugar.
En 1 Cor 15, 25
dice: "Es necesario que Él reine..."
San Pablo enseña
que la soberanía de Cristo sobre toda la creación, alcanzará su
plenitud tras el juicio universal.
Su venida gloriosa
al fin de los tiempos, llevará consigo el triunfo definitivo sobre
el demonio, el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte.
Por eso, la actitud
del cristiano no puede ser pasiva, ante el reinado de Cristo en el
mundo.
Es necesario que
Jesús reine
- en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y sus verdades reveladas
- es necesario que reine en nuestra voluntad, para que nos identifiquemos cada vez más con su voluntad divina
- es necesario que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al amor a Dios
- es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo
- en necesario que reine en nuestro camino de santidad
La fiesta de Cristo
Rey, es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y
majestad.
Nosotros colaboramos
en la extensión del reino de Jesús, cuando procuramos hacer más
humano y cristiano el mundo que nos rodea, el que vivimos
diariamente.
- Extender el Reino de Cristo.
A la pregunta de
Pilato, Jesús contestó: "Mi reino no es de este mundo..."
Y ante la nueva
interpelación del Procurador, respondió: "Yo soy Rey. Para
esto he nacido..." (Jn 18, 36-37).
No siendo de este
mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí.
Se extiende su reinado en
medio de los hombres cuando estos se sienten hijos de Dios, se
alimentan de Él y viven para Él.
Cristo es un Rey, a
quien el Padre le ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra, y
gobierna siendo manso y humilde de corazón, porque ha venido, no a
ser servido, sino a servir, y dar su vida para la redención de los
pecados.
Su trono fue
- primero el pesebre de Belén
- luego en la Cruz del Calvario
- y al final de los tiempos, será en el Reino de los Cielos
Un ladrón fue el
primero en reconocer su realeza: "Jesús, acuérdate de mí
cuando estés en tu Reino".
El título, que para
muchos fue motivo de escándalo, será la salvación de este pecador.
El ladrón solo
pedía que se acordase de él; pero el Señor le dice: "En
verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Nuestra vida
consiste en vivir con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está
su Reino.
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