martes, 14 de mayo de 2019

La Promesa del Espíritu Santo




"El Espíritu Santo les recordará todo cuanto les he dicho...." (Jn 14, 23-29)


  1. La promesa del cielo. (Jn 14, 23-29)                   

En estos cuarenta días que transcurren entre la Pascua y la Ascensión del Señor, el próximo domingo, la Iglesia nos invita a tener los ojos puestos en el Cielo.

En Jn 14, 19-20 Jesús les dice: "No los dejaré huérfanos, sino que vengo a ustedes. Dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo, y ustedes también vivirán".

En Jn 14, 3 dice: "Pero, si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estén también ustedes".

En 1 Corintios 11, 26 dice: "Así, pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están anunciando la muerte del Señor hasta que venga".

En 1 de Juan 2, 28 dice: "Y ahora, hijitos, permanezcan en él, para que tengamos confianza en su gloria y no sintamos vergüenza ante él cuando venga".

Así, Él nos llevará a la gloria del cielo, al encuentro con su Padre celestial, y Padre nuestro.


  1. Nuestra relación con Jesús

De nuestra relación diaria con Jesucristo, nace nuestro deseo de encontrarnos con Él en el momento de nuestra muerte.  

Por eso, nuestro amor a Jesús, cambia el miedo de ese momento final que nos llegará a todos.

Nuestro pensamiento del Cielo nos ayudará a vivir desprendidos de los bienes materiales.


  1. El cielo

¡Que grande, es el premio de la vida eterna, que nos ha prometido Jesús!

No debemos dejar pasar esa oportunidad.

Nuestro deseo de alcanzar esa promesa, nos ayudará a estar vigilantes en las cosas grandes y en las pequeñas, para evitar que nos distraigan de nuestro camino.

No existen palabras para expresar, lo que será nuestra vida en el Cielo.

"Ni ojo vio, ni oído ha escuchado, ni mente ha pensado en lo que Dios tiene para los que le aman".

En 1 Jn 3, 2 dice: "Amados, desde ya somos Hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que seremos al fin. Pero ya sabemos: cuando él se manifieste en su gloria seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es".

En el Antiguo Testamento se compara la felicidad del Cielo, con la promesa de la tierra prometida después del largo caminando por el desierto.

Allí, en la nueva tierra del cielo, se terminarán las fatigas del viaje de nuestra vida en este mundo.


  1. La bienaventuranza

En Jn 6, 39-40 nos dice de la bienaventuranza que predicó nuestro Señor: "Y, la voluntad de mi Padre es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado... La voluntad de mi Padre, es que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el último día"

En la Última Cena dice, "Oh Padre, yo deseo ardientemente que aquellos que Tú me has dado estén conmigo allí donde yo estoy, para que contemplen mi gloria, que Tú me has dado, porque Tú me amaste antes de la creación del mundo" (Jn 17, 24).

La felicidad, de la vida eterna, consiste en que veremos a Dios tal cual es.

Esta visión también es, comunión de vida con Dios, Uno y Trino.

Ver a Dios es, ser felices en Él y con Él.


  1. Nuestro gozo

Será un inmenso gozo de poder contemplar a Dios, y de ver y estar con Jesucristo glorificado.

En 1 Corintios 15, 53 San Pablo dice: "Ya saben que la trompeta tocará para que resuciten los muertos. Cuando, pues, toque la trompeta, es un instante, en un abrir y cerrar de ojos, todos seremos transformados. Nuestro cuerpo mortal y corruptible se revestirá de vida que no sabe de muerte ni de corrupción..."
Por eso, nuestro cuerpo tendrá las cualidades de los cuerpos gloriosos: no estará sometido a las limitaciones del espacio y del tiempo.

Apoc 21, 3 dice: "Esta es la morada de Dios entre los hombres...Enjuagara toda lágrima de sus ojos y ya no existiré ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado".

Apoc 21, 1 dice: "Después, tuve la visión del Cielo Nuevo y de la Nueva Tierra. Pues el primer cielo y la primera tierra ya pasaron; en cuanto al mar, ya no existe".   

Nuestro deseo del Cielo, nos debe llevar a una vida que, nos impulsa a buscar los bienes que perduran y no desear los bienes materiales, que son los que nos llevan al pecado.

Cuando tenemos nuestros pensamientos en el Cielo, eso nos da una gran paz y tranquilidad que solo viene de Jesús.

Allí también nos espera nuestra madre, la Santísima Virgen.


Por: Rev. Diac. Teodoro L. González Serrano

No hay comentarios.:

Publicar un comentario