Este
escrito lo llevaba siempre consigo el sacerdote salesiano Alfonso Arboleda,
muerto recientemente, y fue escrito antes de morir por el Padre Jegussel,
profesor de una Universidad Romana, a petición de sus alumnos.
Con inmensa
esperanza los presentamos a nuestros lectores.
Sea la
Celebración de la Eucaristía el sol de cada una de tus jornadas. Esfuérzate por
comprenderla, gustarle, vivirla. Preside cada celebración como si fuera la
primera, la única, la última de tu vida.
Recuerda
que la Celebración Eucarística mejor presidida y celebrada es la mejor
preparada. No seas de aquellos que pasan de charlas mundanas a presidir la
celebración del santo Sacrificio sin preparase por medio de la oración, sin
meditar nada, sin hacer siquiera un pequeño paréntesis de recogimiento.
Libera la
celebración de la rutina y del automatismo. El veneno que mata a la Celebración
de la Eucaristía es la rutina. Y la repetición trae rutina. Por esto no
proclames siempre una sola Plegaria Eucarística, generalmente la más corta. Es
necesario que vayas cambiando de Plegaria, según el sentido espiritual y
pastoral de las múltiples que te ofrece el misal. Por ejemplo, la primera es la
de la gran tradición de la Iglesia Romana, pronunciada por mucho santos y
apóstoles durante más de 10 siglos, la tercera es muy venerada por su
antigüedad, la cuarta es un bello resumen de la Historia de la Salvación.
Puedes aprovechar los momentos penitenciales y las celebraciones con niños y
jóvenes proclamando las Plegarias especiales para cada caso.
Que cada
palabra que pronuncies sea un verdadero "anuncio" y cada rito que
realices sea un auténtico "signo sagrado". Trasforma tu celebración
en una verdadera vivencia. Toda comunidad cristiana experimenta con alegría la
presencia del Señor en la Celebración Eucarística, si la presides con devoción
y con fe, pronunciando con cuidado cada palabra y ejecutando con cariño cada
gesto, "como quien habla a Alguien allí presente y a Quien ama y respeta
inmensamente".
Evita toda
"carrera", especialmente al pronunciar la Plegaria Eucarística.
Recuerda las palabras del Cardenal Mercier: "Dedica unos minutos más a tu
misa". Sucede que las palabras de las Plegarias Eucarísticas,
especialmente de la segunda, ya te las sabes de memoria y por lo tanto tienes
el peligro de pronunciarlas a la carrera y la comunidad se da cuenta de tu modo
descuidado de presidir. No temas ser muy cuidadoso en pronunciar bien y con
sentido todas las frases, claro está sin exageraciones teatrales, pero sí con
toda solemnidad. La comunidad te lo agradecerá.
No
improvises nunca tu celebración. Que no te suceda jamás que al llegar al altar
no sepas de qué tratan las lecturas del día ni que fiesta se celebra. Sería un
irrespeto incalificable a la acción más importante de la Iglesia y de tu vida.
Nunca la
causa de Dios, que es la salvación de todo el género humano, está tan en tus
manos como cuando predicas la homilía. Bien sabes que la homilía puede ser la
única instrucción y formación en la fe que reciba tu comunidad. Es necesario
que te convenzas que difícilmente el Pueblo de Dios recibe la Palabra fuera de
la Misa. De este ministerio tan grande serás interpelado por el Señor en el día
de tu encuentro definitivo con El. Ten en cuenta las palabras de la Biblia:
"Pidieron pan y no hubo quien se los diera". Por eso piensa en tu
responsabilidad para que se cumpla en ti la promesa divina: "Los que
enseñaron a muchos la santidad, brillarán como estrellas portada la
eternidad" (Daniel 12).
Graba esto
en lo más profundo de tu corazón: Lo más importante de toda mi jornada es la
celebración Eucarística. La presidencia de la Celebración Eucarística como la
de los demás sacramentos, es la realidad por la que más vales como sacerdote.
Cuando presides la celebración estás en la parte más alta de toda la pirámide
humana, y en ese momento sólo hay uno por encima de ti: Dios. ¿No es una
verdadera lástima, entonces, que te apresures en la preparación, celebración y
acción de gracias de la Misa y que te distraigas tan fácilmente en ella?
"Vive
lo que celebras y celebra lo que practicas". Estas palabras que te
recuerdan el día memorable de tu ordenación, te invitan a ofrecerte diariamente
como "hostia viva y agradable a Dios" (Romanos 12,1). Acuérdate
siempre al terminar la celebración, que tu misa debe continuar durante toda la
jornada. Para esto, practica el consejo del Papa Pío XII: "No dejar ni un
día de hacer una visita al Santísimo Sacramento, que será, por otra parte, un
excelente buen ejemplo para tu comunidad". Y hazla con amor por El, con
aquella intención que deseaba Paulo VI: "Como un agradecimiento al don
sublime de la Eucaristía y como un 'gracias' y una preparación más para la
celebración de la misa". Un sacerdote que preside santamente y visita con frecuencia
al Santísimo hace menos disparates que otros.
La
celebración de la Liturgia de las Horas es el mejor termómetro de tu ardor
sacerdotal. Es lo primero que abandona un sacerdote tibio. Ama el Oficio Divino
como escudo de tu santidad. No lo consideres como una pesada carga sino como
una maravillosa oportunidad para realizar el mismo "oficio de Dios"
como lo llamaba San Agustín. Es el momento de adorarlo por tantos que no lo
hacen, de pedirle perdón por tus pecados y por los de todos, de darle gracias
en nombre de toda la humanidad y de enriquecerte de una manera maravillosa en
tu vida interior.
Busca la
manera de que todos los que se encuentren contigo te experimenten primero y
ante todo como sacerdote y sacerdote de Cristo.
Considérate
al servicio y a la disposición de todos. Ojalá siempre, durante toda tu vida,
puedas repetir las Palabras del Señor: " No he venido a ser servido sino a
servir" Y que el Divino Redentor te conceda lo que El prometió a sus
Apóstoles y discípulos: "Sabiendo esto, seréis dichosos si lo
cumplís" (Juan 13,17).
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