Preparado y presentado por
S.E.R. Mons. Roberto O.
González Nieves, O.F.M.,
Arzobispo Metropolitano de San
Juan de Puerto Rico
19 de febrero de 2000
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El Diácono Permanente: identidad, función y
prospectivas
Salutación: Pax
et bonum.
Hermanos en el diaconado, amémonos los unos a los
otros para profesar unánimes nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el
Espíritu Santo: la Trinidad consubstancial e indivisible (Saludo de la Paz,
Liturgia Bizantina).
La paz esté con ustedes.
"¡Que alegría cuando me dijeron, vamos a la
casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén"
(Sal. 122 [121], 1).
Hemos venido en peregrinación a celebrar el Gran
Jubileo del Año 2000. Se han completado 2000 años de la encarnación del Hijo
de Dios. Él es la puerta que se abre hacia el tercer milenio. La puerta por
donde pasa la Iglesia hacia el Reino futuro: Hoy es el día de salvación.
"Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y regocijémonos en
él" (Sal. 118 [117], 24).
El Jubileo es el "Año de Gracia" en que
se purifica y se renueva nuestro corazón. ¡Acerquémonos, diáconos todos!
Vamos a purificarnos en las aguas abundantes que manan del templo. Dejemos
que el Señor ilumine nuestros rostros para proclamar con júbilo que Jesús es
el Cristo, el Señor. Pidámosle que infunda en nosotros el Espíritu Santo para
salir de este lugar sagrado anunciando el Evangelio. ¡Cristo ayer! ¡Cristo
hoy! ¡Cristo siempre! ¡Es eterno su amor! ¡Viva Cristo!
Él, que nos llamó personalmente al ministerio del
diaconado, hoy nos llama a participar de la renovación del tiempo y de la
historia: es este el tiempo de reconciliación. Es esta la historia de
salvación. El amor que todo lo sana tiene que prevalecer entre nosotros.
Animados con ese espíritu, entremos en materia. Por lo tanto, nos
preguntamos: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?
Marco Teológico
¿De dónde venimos? Me parece que, para comprender
mejor la particularidad del ministerio del diácono en la Iglesia, conviene
repasar primero algunos puntos sobre el misterio de la sacramentalidad del
ministerio apostólico, ya que es dentro de este ministerio que encontramos el
diaconado. Es decir, mis observaciones acerca de El Diácono
Permanente: su identidad, funciones y prospectivas se fundamentan en
la naturaleza apostólica del diaconado. El ministerio del
diácono, aunque diferente esencialmente del ministerio sacerdotal y
episcopal, es junto a estos, una expresión de la apostolicidad de la Iglesia.
El Diaconado Permanente: identidad
El Laicado y el Diaconado
¿Qué somos? La constitución Lumen gentium del
Concilio Vaticano II, en su número 33 dice: "Los laicos reunidos en
pueblo de Dios y formando el único Cuerpo de Cristo bajo la única cabeza,
están llamados todos, como miembros vivos, a contribuir al crecimiento y
santificación incesante de la Iglesia con todas sus fuerzas, recibidas por
favor del creador y la gracia del Redentor" (Lumen gentium 33).
En las últimas décadas el laicado ha tomado gran
ascendencia en la Iglesia. Después de las definiciones del Concilio Vaticano
I sobre el Papado y sobre el Episcopado en el Concilio Vaticano II, ha
surgido un llamado del mismo Vaticano II al laicado, no sólo como objeto de
especulación teológica y como partícipe en el apostolado jerárquico de la
Iglesia (SS Pío XI) sino como miembro de la Iglesia con una misión
evangelizadora en el mundo. A fines del primer milenio ya había decaído el
diaconado de occidente y en muchos lugares existía solamente como un paso al
presbiterado. Vemos que el Concilio Vaticano II exhorta a todos los fieles a
contribuir al crecimiento de la Iglesia.
Hoy por hoy, esparcidos por el mundo, seglares de
ambos sexos, como ministros extraordinarios, administran la comunión dentro y
fuera del templo; leen desde el ambón, cantan y dirigen la música, anuncian
las peticiones de la Oración Universal y hacen todo tipo de moniciones
durante la liturgia. Hay laicos y personas de vida consagrada que son
cancilleres diocesanos, que administran parroquias, y que están a cargo de
las caridades diocesanas. En algunos lugares de misión hay religiosas que
bautizan solemnemente y otros religiosos y laicos son testigos oficiales del
sacramento del matrimonio. En una palabra, esto y mucho más indica que ha
llegado la hora en que los laicos participen más plenamente en la Nueva
Evangelización.
Resurge el Diaconado en occidente
Las necesidades pastorales de la Iglesia han
movido al Papa y a los Obispos a contar más y más con los laicos y personas
de vida consagrada para ser auxiliares extraordinarios en su función de
enseñar y de santificar. Pero he aquí que en tan interesante momento y sin
quitarle el gran mérito a estos ministros laicales, el Concilio Vaticano II
restaura el diaconado como ministerio ejercido en forma permanente en la
Iglesia. Y surge la pregunta: ¿Por qué se quiere resucitar el diaconado
cuando todo lo que hace un diácono lo hace igualmente un laico? El
franciscano inglés del siglo XIV William of Ockham enunció la famosa y
conocida "navaja de Ockham" (Quodlibeta n. 5. 9.1, art.
2, ca. 1324)) que llama a la cordura y desecha la extravagancia y dice así en
latín: "entia non sunt multiplicanda sine necessítate"; en otras
palabras: ¿Para qué complicar lo que es simple? Bajo esa óptica, la
restauración del diaconado en la Iglesia latina parece una verdadera
duplicación de ministerios que ya están en función y que dan buen resultado.
Los escolásticos nos dicen que "el ser
precede al hacer". Nadie hace lo que no puede y ni dá lo que no tiene.
Tal parece que el "ser" laico contiene la potencialidad como laico
de hacer todo lo ya mencionado (y más). Por tanto, nos preguntamos: ¿Qué
añade la ordenación diaconal al laico? ¿Por qué dar la ordenación que imprime
carácter sacramental para un oficio que aparentemente no necesita de la
ordenación ni del carácter? Estos argumentos siguen la lógica del mundo de
los negocios que es el pragmatismo.
Se trata de un misterio
El Señor dice que "los hijos de este mundo
son más astutos que los hijos de la luz" (Lc. 16, 18). Él alaba la
previsión de los negociantes, no sus métodos. Pero aquí se trata de un misterio y
no de un negocio. Se trata de un misterio, de un sacramento. Por lo tanto,
parece que, lo que hace el diacono no es idéntico a lo que hace el laico,
ciertamente no, en el orden de la gracia.
Diaconado, presbiterado y laicado
Hoy llega el diaconado, no como sustituto del presbiterado,
no como amenaza al laicado, sino como heraldo: ¡ángel del Ευαγγελίσμος, es
decir de la anunciación. ¡Otro Gabriel que anuncie la Buena Nueva
de Salvación! "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc. 1, 35). La imposición de manos
crea al diácono como ministro ordenado, que, sin ser sacerdote, no es laico,
sino clérigo; y que, sin ser laico no es sacerdote, pero sí está
ordenado y no es Obispo. El diácono participa en el ministerio
apostólico de la Iglesia que es el encuentro con el Señor. Por la ordenación
diaconal s entra al estado clerical (Canon 266).
Cuando Gabriel anunció a María, la Madre de Dios
dijo: "¿Cómo puede ser?" Lo dijo no porque no lo creyera, sino porque
no entendía. Cuando el ángel le replicó, no le dio largas explicaciones, no
pronunció una conferencia. Ella reaccionó sin otra conferencia. Solamente
dijo: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí, lo que has
dicho"(Lc. 1, 35). Cuando los padres conciliares restauraron el
diaconado en la Iglesia de Occidente, fue animados con la fe de que la
Iglesia necesita ese ministerio apostólico enmarcado como ya lo hemos visto,
entre el laicado y el presbiterado, como un brazo que le faltaba al obispo.
El diaconado no viene como prótesis, no como miembro artificial, sino como
brazo apostólico vivo por cuyas venas corre la sangre de Cristo-Siervo, el
Hijo de la sierva del Señor.
Al decreto conciliar responde el diácono.!Aquí
estoy: envíame! (IS 6,8) Responde porque cree que se cumplirá lo que el
Concilio ha establecido. Pues, si falta una teología definitiva del
diaconado, no falta la fe en su realidad revelada. El diaconado continúa la
misión con Cristo por medio del maravilloso encuentro entre Dios y el ser
humano en el sacramento.
Como hemos visto, la institución del diaconado se
remonta al Nuevo Testamento. Todos conocemos al Protomártir, al Protodiácono
San Esteban. San Lucas nos dice en los Hechos de los Apóstoles que éstos
impusieron las manos sobre "siete hombres de buena fama, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría" para que atendieran las necesidades de
las viudas de habla griega. Ellos eran de habla griega también y libraron a
los apóstoles de las preocupaciones temporales para que se dedicaran mejor a
la oración y a la predicación (Hc. 6, 3).
La palabra diácono viene del
griego δіακονία (diakonνa), que en dos de sus formas, se emplea unas cien
veces en el Nuevo Testamento queriendo significar ministerio/
ministro unas veces y servicio/siervo en otras
(John N. Collins, Diakonia, Oxford University Press, 1990, pag.
3).
En los primeros años de la Iglesia vemos como el
diaconado fue emergiendo. San Pablo en su carta a los Filipenses, escrita
alrededor del año 57, hace referencia a los diáconos como orden en la Iglesia
(Fil. 1, 11). También él habló con detalle sobre los diáconos en su primera
carta a Timoteo (1Tim. 3, 8-10, 12-13).
Una ayuda sacramental única
Como San Esteban, el protomártir que predicó ante
el sanedrín, y San Felipe, que catequizó al eunuco etíope, los diáconos desde
el inicio no se dedicaron únicamente al servicio de la mesa. El Orden Sagrado
consagra al diácono al ministerio del encuentro con Cristo Siervo dentro de
ciertos marcos. "El diácono recibe el sacramento del orden para servir
en calidad de ministro a la santificación de la comunidad cristiana en
comunión jerárquica con el obispo y con los presbíteros. Al ministerio del
Obispo y subordinadamente al de los presbíteros, el diácono presta una ayuda
sacramental, por lo tanto, intrínseca, orgánica e inconfundible. Resulta
claro que su diaconía ante el altar, por tener su origen en el sacramento del
orden, se diferencia esencialmente de cualquier ministerio litúrgico que los
pastores puedan encargar a los fieles no ordenados. El ministerio litúrgico
del diácono, también se diferencia del mismo ministerio ordenado
sacerdotal" (Directorium, N.28; Lumen Gentium, 29). El diácono no es
sacerdote, su oficio es el de servir.
San Ignacio de Antioquia escribe (ca. A.D. 105)
"Diáconos de los misterios de Jesucristo... no son (ustedes) ministros
de comidas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios" ( Ad Trall.
III.1).
El diaconado: funciones
El ministerio diaconal es triple. El diácono se
ordena al ministerio de la palabra, la liturgia y la caridad. Ministerio
triple porque en el hacer del diácono, como persona que es, esos tres oficios
son concéntricos. Quiero decir, que giran en torno a Cristo Siervo como a su
centro en la persona del diácono. No se traza una circunferencia sin designar
su centro primero para allí apoyar el compás. El centro define la
circunferencia, como Cristo Siervo define el triple ministerio diaconal.
MINISTERIO DE LA PALABRA
El Episcopado y el Diaconado
El Concilio Vaticano II, al tratar del episcopado
como cumbre del orden sagrado (y no sólo como su plenitud), lo coloca como
centro de la vida de la Iglesia local. Los presbíteros y los diáconos son sus
dos brazos con distintas funciones.
Durante la Oración Consecratoria de la Ordenación
Episcopal, dos diáconos sostienen a los Santos Evangelios abiertos sobre la
cabeza del ordenando. Terminada ésta y luego de haber ungido con el Santo
Crisma la cabeza del nuevo Obispo, el consagrante principal toma el Evangelio,
lo entrega al nuevo Obispo con estas palabras: " Recibe el Evangelio, y
anuncia la palabra de Dios con deseo de enseñar y con toda paciencia"
(Oración Consecratoria, Ordenación de Obispos, España).
El Espíritu Santo del cual el crisma es signo, es
la fuerza vital que dinamiza la palabra del Evangelio que el nuevo Obispo va
a predicar, porque, así como el Padre se manifiesta en este mundo por el
Hijo, lo hace el poder de la vida divina, que es el Espíritu Santo. El nuevo
Obispo, a quien Cristo ha llamado por su nombre, lleno del Espíritu Santo
como los santos apóstoles en el día de Pentecostés, sigue sus huellas y sale
a anunciar la Buena Nueva a un mundo moribundo que espera la palabra
vivificadora.
Según el rito de la ordenación al diaconado, el
primer aspecto del ministerio diaconal, es el ministerio de la palabra.
Después de haber invocado sobre los ordenandos " el Espíritu
Santo", continua el Obispo orando, "para que fortalecidos con tu
gracia de los siete dones desempeñen con fidelidad su ministerio"
(Oración Consagratoria, Ordenación de Diáconos, España). Una vez revestidos
de estola y dalmática, reciben de manos del Obispo uno a uno, los Santos
Evangelios, con estas palabras: "Recibe el Evangelio de Cristo del cual
has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees,
y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado"
(Ritual de Ordenes, España).
Es importante notar el paralelismo entre los dos
ritos de ordenación, la episcopal y la diaconal, en lo que respecta a la
entrega de los Evangelios. En ambas se confiere el Espíritu Santo para que
inflame la predicación del Evangelio. No es esta una simple coincidencia.
Aquí se muestra la unidad del sacramento apostólico. En las ordenaciones
episcopales, presbiterales y diaconales de rito bizantino se utiliza el mismo
(idéntico) texto consecratorio para las tres, haciendo las inserciones de las
palabras "obispo", "presbítero" o "diácono"
según aplique. Ya nos habíamos referido al misterio de la sacramentalidad del
ministerio apostólico, cuyo punto de partida es la continuación de la misión
de Cristo. El Obispo, sucesor de los apóstoles, tiene el oficio de anunciar
el Evangelio. Los presbíteros comparten ese oficio con el Obispo. Pero los
diáconos, quienes no reciben la ordenación al sacerdocio, en la ordenación
diaconal reciben también como ministros de Cristo Siervo, el oficio de
predicar el Evangelio y de anunciarlo en al asamblea. Es más, el diácono ha
de convertirlo en fe viva, enseñarlo y cumplirlo.
Así como el episcopado es la plenitud del
sacerdocio, también es la plenitud del diaconado. En días señalados, en la
Eucaristía, el Obispo lleva dalmática debajo de la casulla, y en la Misa de
la Cena del Señor hace el lavatorio de los pies en dalmática, como Cristo
diácono.
La Palabra de Dios en boca del diácono
El ser humano, en el orden del crecimiento, en la
evolución sico-biológica, al nacer, primero tiene que respirar para seguir
viviendo. Más tarde, ha de estar vivo cuando piensa. Pero, para comunicar el
pensamiento, es menester hablar y, para hablar tenemos que estar vivos y
respirando. Sin el aliento vemos que no sólo no hay vida, si no que sin el
aliento no hay habla: no se puede retener la respiración y hablar a la vez.
La palabra o se pronuncia en el aliento o simplemente no
se dice.
En el orden sacramental, la palabra se hace
hombre en el Espíritu Santo. La Madre de Dios decimos que
concibió "por obra y gracia" del Espíritu Santo. Ella pronunció
el Fiat, ¡hágase!, el Fiat que, lleno del
Espíritu Santo, anuncia la nueva creación. Concibió María tanto en la mente y
en el corazón, como en su seno materno, porque el Espíritu Santo es la
vitalidad misma, el Santo Inmortal, el aliento divino sin el que ninguna
criatura puede llegar a existir, mucho menos a concebir la palabra de Dios en
su mente y llevarla a la boca para predicarla con efectividad. En las alas
del Espíritu va la Palabra extendiendo el Reino de Dios hasta que haga nuevas
todas las cosas (Apoc. 21, 5).
Cuando el Obispo ordenante procede a la tradición
de instrumentos de la ordenación diaconal, hemos visto que resuenan las
palabras "has sido constituido mensajero" del Evangelio de Cristo.
El texto latino dice, Accipe Evangelium Christi, cuius præco effectus es...
La palabra que aquí llama la atención es la palabra præco. (Conocemos
el oficio del pregonero; El diácono por virtud de la
ordenación se convierte en præco, pregonero, del Evangelio.
El texto castellano lo traduce como "mensajero". El texto inglés lo
traduce como "herald". La traducción inglesa es más feliz porque
implica un cargo oficial de anunciar. Los apóstoles fueron enviados por
Cristo que es la persona que envía y está representada por el
mensajero: Shalíah en el Nuevo Testamento que significa que
el enviado "re"-presenta al que le envía. El diácono participa de
ese oficio.
El diácono, desde el momento de su ordenación ya
recibe del Obispo sucesor de los apóstoles el mandato de anunciar el
Evangelio. Esto conlleva un cambio en lo más profundo de su ser. En la
persona del diácono el soplo del Espíritu Santo se une ahora a su aliento
físico para que lo que predique y enseñe no sea mera voz humana. Desde ahora
la prédica y enseñanza del diácono ha de ser voz de Cristo, Dios y hombre
verdadero.
El modo propio de la actividad
diaconal, en virtud del sacramento del orden, ya no es el modo propio laical,
tampoco es el sacerdotal. Pero no deja de ser sagrado. Es el diaconal:
servidor en Cristo-Siervo. Las palabras de su boca proclaman el Evangelio
imbuidas en la gracia del sacramento. El aliento ya no sólo es el físico, es
también el espiritual, que está renovando la faz de la tierra de una manera
distinta y especial a través del diácono. (Cf. Sal. 51[50], 12-14 y Sal 104
[103], 30).
Formación
Desde el punto de vista meramente humano, para
que el diácono sea instrumento en que resuene la palabra de Dios es necesario
que reciba formación tanto espiritual como teológica y técnica: las artes de
hablar en público, de predicar y de enseñar. Como catequista también debe
conocer la Biblia, tal vez no como un profesor, pero sí para poder vivirla y
aplicarla a los hechos del diario vivir de los fieles. Ciertamente el
ministerio de la palabra lleva la implícita obligación de conocer el
Evangelio, de proclamarlo, predicarlo, vivirlo y difundirlo.
El Espíritu de los siete dones que se confiere
por la ordenación es el de la sabiduría e inteligencia, el de consejo y
fortaleza, el de ciencia, el de piedad y del santo temor de Dios (Is. 11,
2-4). El Espíritu obra sobre la naturaleza humana. Por eso la formación es
importante para que los dones encuentren terreno fértil en el diácono.
Es de notar, que muchos diáconos trabajan en la
catequesis bautismal y matrimonial. Ahí no se acaba la actividad diaconal. El
diácono, ministro de la palabra, encarna esa palabra en sus ministerios de la
liturgia y de la caridad.
El Ministerio de la liturgia
El diácono manifiesta por excelencia ante la
Iglesia su diakonía cuando la recapitula sacramentalmente en la liturgia. Sus
acciones y actuaciones en la liturgia son partes integrales a la misma y no
meros adornos. En la liturgia cada cristiano tiene el derecho y el deber de
prestar su participación de diferente manera...'Cada cual, ministro o simple
fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le
corresponde'" (SC n.28). Recordemos que la Iglesia y liturgia no son
realidades separadas; la Iglesia, tanto en su aspecto local como en su
aspecto universal, está presente en la liturgia, que es su sacramento. No hay
liturgia sin Iglesia y no hay Iglesia sin liturgia. La Iglesia Universal
subsiste y se participa en ella a través de la liturgia. Si somos católicos,
miembros vivos de la Iglesia Universal, lo somos por cuanto celebramos y
entramos en su realidad plena.
Es muy importante que el diácono conozca su
oficio en la liturgia; que tenga inteligencia de las rúbricas y flexibilidad
para saber adaptarse a distintas circunstancias, tales como las diferentes
interpretaciones de éstas que muchas veces varían de parroquia en parroquia.
El diácono es responsable ante la Iglesia, presente en la asamblea de culto,
de servir bien, haciendo todo y solo aquello que le corresponde. Allí, en el
altar ha de ser portavoz de las plegarias y necesidades de los fieles. Desde
allí proclamará al pueblo el Evangelio y se dirigirá al mismo por las
moniciones propias de su oficio.
Servir sin presidir: Imitadores de Jesús que
"no vino a ser servido, sino a servir" (Mar. 10, 45)
Algunas personas tienen la tendencia de
circunscribir la función litúrgica del diácono a los sacramentos del bautismo
y del matrimonio y a otras cosas que el diácono "puede" hacer,
olvidándose del oficio que define al diaconado, esto es, servir y servir
sin presidir, facilitar, y no hacer sombra a los demás ministros. Sirva
el diácono a la asamblea y al celebrante y a ministros estando al tanto de
todo y de todos, sin que nadie tenga que advertírselo.
El diácono es un "facilitador" tanto
dentro como fuera de la liturgia. En las ceremonias "asiste a los
sacerdotes y está siempre a su lado; en el altar lo ayuda en lo referente al
cáliz y al misal; si no hay algún otro ministro cumple los oficios de los
demás, según sea necesario" (OGMR 127). Lo que se dice de la Misa, se
dice de todos los ritos de la Iglesia.
Tenga, pues, en cuanta el diácono que, si ha de
asistir al celebrante, debe saber bien el "cuándo" y
"cómo" y el "por qué" de lo que el celebrante hace o dice
en todo momento. Sea el diácono el "brazo derecho del celebrante"
con dignidad, humildad y eficiencia. Si no actúa con inteligencia de su
oficio se puede decir que estorba, que interrumpe la fluidez de
las ceremonias.
Dice la introducción de la edición española de
la Ordenación General del Misal Romano España (Andrés Pardo,
OSB. Consorcio de Editores, 1978), que "el verdadero maestro o director
de la celebración debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella,
es decir, debe ser el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y
en mero acompañante del celebrante principal". (Parte Introductoria n.3,
Orden General del Misal Romano España).
Cuatro situaciones
Si lo que acabo de citar es correcto, cabe
preguntarnos por qué la mayoría de los diáconos hoy tienen una actuación
limitada en la liturgia romana. Por eso conviene que ahora consideremos
algunas de las causas y circunstancias que han contribuido a tal inercia
diaconal. Lo haremos en lo posible, en orden cronológico.
En primer lugar, la idea siempre viva
En primer lugar: aunque el diaconado ejercido en
forma permanente cesó casi por completo en la Iglesia de occidente por, más o
menos un milenio, la liturgia latina mantuvo vivo el oficio diaconal en todas
las ceremonias de la Iglesia. El diaconado, ciertamente, no cesó de existir
en la liturgia. Ahora bien, como en la mayoría de las veces, no había
diáconos, el oficio diaconal fue desempeñado por presbíteros vestidos de
diácono, esto es, en dalmática. Las reformas del Concilio Vaticano II
prohibieron a los presbíteros la práctica de vestir los ornamentos propios
del orden diaconal, pero mantuvieron, que en ausencia del diácono, los
presbíteros revestidos de ornamentos propios al presbiterado, puedan ejercer
el oficio del diácono, especialmente cuando celebra el obispo.
"Los presbíteros que participen en las
celebraciones episcopales, hagan sólo aquello que les corresponde como
presbíteros; si no hay diáconos, suplan algunos de los ministerios de éste,
pero nunca lleven vestiduras propias del diácono" (Ceremonial de los
Obispos, Renovado según los decretos del Sacrosanto Concilio Vaticano II y
Promulgado por la Autoridad del Papa J. P. II Consejo Episcopal
Latinoamericano, 1991. Números 21 y 22).
Pasaron unos diez años entre el cese de la
antigua Misa Solemne, con diácono y subdiácono, y la restauración del orden
del diaconado. Tal parece que ese hiato fue suficiente para que la comunidad
eclesial olvidara la antigua "misa de tres padres" con el
ministerio diaconal tan intensivo que conllevaba. De pronto aparecieron los
diáconos, pero su función en la liturgia ya era desconocida por muchos o se
veía grandemente disminuida o reducida por otros. Lo que no ocurrió en un
milenio, ocurrió en diez años. Ciertamente, las rúbricas de los ritos
renovados fueron muy parcas. Solamente con la promulgación del nuevo Ceremonial
de Obispos de 1991, se han aclarado muchos puntos oscuros y hasta mal
interpretados de la renovación de los ritos litúrgicos del rito romano. Por
eso tenemos que consultar el Ceremonial.
En segundo lugar, un oficio canalizado por otras
vías
En segundo lugar: con la reforma post conciliar
se llegó a establecer formalmente la participación laical en muchas funciones
litúrgicas (cf. Directorio n. 41), que ya venía desde los pontificados
previos al de S.S. Juan XXIII en la llamada "misa dialogada" (en la
cual el pueblo respondía en latín todo lo que usualmente correspondía al
acólito y recitaba el ordinario en latín con el celebrante) y también en la
"misa comunitaria" (donde el pueblo cantaba una paráfrasis vernácula
del Ordinario de la Misa) que el movimiento litúrgico había impulsado. Así,
por ejemplo, se formalizó la llamada Oración Universal o de los fieles. Al
faltar el diácono y al no haber un presbítero en dalmática que tomara su
oficio, las intenciones de esta Oración Universal pasaron a un laico. Esta
práctica está muy generalizada hoy día aunque el ministro idóneo, sea, en
primer lugar, el diácono, y así lo establecen las rúbricas (C.E. 25) y la
tradición oriental como occidental.
Como sucede con la Oración Universal, también
sucede con otras funciones que son propiamente diaconales. Por ejemplo,
dirigir las moniciones al pueblo (Ceremonial del Obispos Número 26), servir al
celebrante en el altar tanto en lo referente al libro como al cáliz
(Ceremonial de Obispos Número 25).
En tercer lugar, ¿De cuándo acá un diácono?
En tercer lugar, como efecto de lo antes dicho,
el diaconado se restaura en el mundo que ya no le conoce. Es más, cuando
llega un diácono a una parroquia que nunca ha tenido ese ministerio, tal
parece que el nuevo ministro, le "quita" o le "roba"
actuaciones a muchas personas, por ejemplo, al celebrante, al monitor, al
turiferario, a los acólitos, a los ministros extraordinarios de la comunión,
y así a otros tantos para mencionar solamente la Misa. Entonces se oye algo
así: "esto siempre lo ha hecho un lector ¿Por qué se le
da ahora a un diácono?".
Cabe mencionar, que en la Misa Solemne el
celebrante llegó a recitar en voz baja el Introito, los Kyries, el Gloria, la
Epístola, el Gradual y el Aleluya, el Evangelio, el Credo, la Antífona del
Ofertorio, el Sanctus, el Agnus Dei y la Antífona de Comunión, sólo para
mencionar algunas de las partes de la misa. Esto lo hacía el celebrante
mientras el coro y el pueblo cantaban en latín sus partes respectivas y el
subdiácono leía la epístola. El Evangelio lo leía el celebrante en voz baja
primero y el diácono (presbítero vestido de dalmática) proclamaba
solemnemente el Evangelio. Se llegó a pensar por algunos autores que la
acción del celebrante era la única necesaria y que las funciones de los demás
ministros y del pueblo eran superfluas. Lo importante era que el padre lo
dijera y lo hiciera todo. Por este estado de cosas, la Constitución sobre la
Sagrada Liturgia reiteró un principio muy antiguo y al parecer olvidado, y que
dice así: "cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio,
hará todo y sólo aquello que le corresponde" (SC n. 28).
Al ocupar su puesto en la nueva liturgia, el
diácono debe ejercer todo su oficio y solamente su oficio. Para cumplir con
este cometido, debe el diácono conocer bien su oficio. De nada sirve reclamar
sin saber qué se reclama. Claro, que lo que se aplica al diácono, se aplica
también al celebrante y demás ministros. Todavía hay algunos celebrantes que
parecen no entender la presencia litúrgica del diácono que sirve sin
presidir. Todavía lamentablemente se escucha la expresión "monaguillo
glorificado".
En cuarto lugar, la asombrosa supervivencia del
maestro de Ceremonias
En cuarto lugar: En la práctica ha sobrevivido a
la renovación post conciliar del Vaticano II un ministro que no aparece en
ninguna de las rúbricas e instrucciones u ordenaciones de los actuales ritos:
esto es, el Maestro de Ceremonias; hoy por hoy, el ceremoniero muchas veces
asume una autoridad tal, que tiende a inhibir de su oficio a los demás
ministros, al diácono en particular.
El Ceremonial de Obispos propone la necesidad de
un maestro de ceremonias, que coordine, organice, ensaye, dirija las ceremonias
como preparación a las mismas. Pero dice claramente en su número 35 que el
ceremoniero "coordine oportunamente con los cantores, asistentes,
ministros, celebrantes, aquellas cosas que deben hacer y decir. Dentro la
celebración obre con máxima discreción; no hable nada superfluo, no
ocupe el lugar de los diáconos y de los asistentes al lado del celebrante".
Es de notar que el ceremonial menciona al ceremoniero en sus números 34-37 y
luego no lo menciona más en sus 1210 números.
Percepción de un Obispo
Yo, como Obispo, les puedo decir con toda
sinceridad que al Obispo le resulta muy práctico tener un ceremoniero que
conozca exactamente el "cómo" y el "por qué" de lo que el
Obispo requiere, tanto en las celebraciones de catedral, como cuando visita
otras Iglesias, una persona así lo facilita todo e inspira confianza de que
todo lo que se refiere a la persona y oficio del Obispo quedará bien. Yo
creo, sin embargo, que no sólo un diácono (como lo indica el número 36 del
Ceremonial) puede hacer de ceremoniero, sino que el Obispo puede elegir un
cierto número de diáconos para que sean sus "familiares" y que
siempre desempeñen el oficio de los dos diáconos "asistentes"
(antes llamados diáconos de honor) que atiendan al Obispo a su derecha e
izquierda. Estos diáconos "asistentes" se ocupan de la persona del
Obispo (n.26). Cuando el Obispo visita una iglesia, lleva a sus
"asistentes" que saben bien como atenderle, por ejemplo, con la
mitra, el báculo, el misal, el incienso, el hisopo, etc.; mientras aquellos
diáconos (o diácono) que desempeñan el oficio de "ministrante" son
los que tienen a cargo lo que se hace en todas las misas, como es la
proclamación del Evangelio y la atención del altar con el cáliz y el misal.
También son los "ministrantes" los que se dirigen al ambón para la
Oración de los Fieles y las moniciones (números 25 y 26). Como dije
anteriormente, hay distintos carismas entre los diáconos y algunos serían
idóneos para servir de "asistentes" al Obispo, otros, los
"ministrantes" pueden desempeñar las funciones que mejor conocen
porque son las usuales.
Tenemos que rogar al Señor para que conceda una
tregua, la proverbial paz de Dios, en que los maestros de
ceremonias y los diáconos puedan estrecharse en un abrazo de paz, de
concordia, amor y respeto mutuo.
Hay otras razones y circunstancias que
contribuyen a que el diácono se vea disminuido en su oficio y quede reducido
a un personaje pasivo en la liturgia. Se necesita que el pueblo y demás
miembros del clero, esto incluyendo a algunos diáconos, sean catequizados en
cuanto a la identidad y oficio del diácono. En la mente de muchas personas se
pasa por salto del laicado al presbiterado. Se habla mucho de ministerios
eclesiales laicales. ¿Dónde quedan los diáconos? Que se oiga más en las
oraciones de los fieles "por las vocaciones al sacerdocio, al
diaconado y a la vida religiosa". Después de todo, el diácono
es también "llamado" por Dios.
La Caridad, reduccionismo y realidad
Primero, ante todo, una aclaración necesaria: hay
quienes caen un reduccionismo del diaconado al ministerio de caridad y este
ministerio restringido a la acción social. Este es un peligro del que tenemos
que estar conscientes para no caer en un concepto muy limitado del diaconado.
Hay diáconos que poseen un carisma especial para el ministerio de la acción
social dentro de la caridad, pero el diaconado no se puede reducir a la
acción social solamente. Hay diáconos que han sido formados para la acción
social y se les ha inculcado que todo lo demás es de segunda y terciaria
importancia. Se llega a decir que el diácono no tiene por qué servir en el
altar. El diaconado no se puede, no se debe reducir al servicio social.
La otra cara
Cuando se menciona la caridad, enseguida nos
viene a mente el amor. "Dios es amor" (1 Jn. 4, 16). Da satisfacción
pensar que el diácono sea ministro del amor porque el amor está al centro de
la vida cristiana: ubi caritas est vera, Deus ibi est, que
significa "donde hay verdadera caridad, allí está
Dios". Además del ministerio de la palabra y el ministerio litúrgico, el
diácono tiene como su responsabilidad el "ministerio de la
caridad". Es sobre todo a este ministerio que se refiere a la elección
de los "primeros diáconos" por los apóstoles, entre los cuales se
encontraban San Esteban. Desde la situación presentada en Hechos 6, se ve al
diácono llamado a este ministerio: la administración de la caridad, la
solicitud por los necesitados fue siempre el oficio de los diáconos mientras
éstos existieron en occidente. San Lorenzo, archidiácono de Roma es el mártir
de la caridad y patrón de los diáconos entregados de una manera particular a
este oficio del amor hacia los pobres a quienes reconocía como el tesoro
mayor de la Iglesia.
La Iglesia siempre tendrá un lugar preferencial
en su corazón para los pobres y los necesitados.
La diakonia de
la caridad es, por cierto, la responsabilidad de toda la Iglesia. El hecho,
sin embargo, de que en la persona del diácono este servicio esté
sacramentalmente ligado a la proclamación de la palabra y la celebración de
la liturgia, demuestra que la caridad a la cual estamos llamados los
cristianos tiene su origen en Cristo, en el misterio de su encarnación,
muerte y resurrección. Este oficio que el orden episcopal confía al diácono
en forma especial, es derecho y deber del diácono (Cf. Decreto Apostolicam
actuositatem, no. 8) Es este un tesoro del cual el diaconado no puede
deshacerse, tesoro que es de institución apostólica. Aún, si la sociedad
moderna, extirpara completamente la pobreza, siempre habrá lugar para la
caridad y allí, el diaconado.
Se dice que la caridad comienza por la casa. Dé
el diácono el ejemplo por medio de su casa y familia construya la Iglesia
doméstica. Dé ejemplo a través de su vida cotidiana. También de su
predicación del Evangelio que ha de ser de palabra y obra. Dé ejemplo a
través de su oficio litúrgico tan rico en caridad y amor. Nútrase de la
oración individual, íntima.
El encuentro con Dios, que es amor, lleva al
encuentro amoroso con el prójimo. Por eso el diácono debe conocer las
necesidades del pueblo fiel, para incluirlas en la Oración Universal en la
liturgia tanto de la Misa como de las Horas y en su oración privada. Incluya
allí también las necesidades de los hermanos diáconos y demás clero. Presente
las necesidades del prójimo ante la jerarquía y esté consciente de que estas
necesidades son materiales, espirituales, culturales, de piedad y tradiciones
populares, en una palabra, son necesidades humanas.
Ejercite la caridad sobre todo con los
presbíteros. Dé apoyo moral y espiritual, de igual manera al Obispo. Hágalo,
aún, cuando no reciba de los demás clérigos el apoyo que él necesita.
Recuerde que a él se aplican las palabras del Maestro: "El Hijo del
Hombre no vino para que le sirvieran, sino para servir" (Mc 10, 45). La
generosidad del diácono para con el Obispo y los presbíteros debe ser mutua e
ilimitada como es la generosidad del diácono Jesucristo.
A mis hermanos en el episcopado pido que se mueva
a facilitar a los diáconos la accesibilidad a instituciones que requiera su
presencia amorosa. Pienso en los hospitales y sobre las cárceles donde muchos
gobiernos hacen el acceso casi imposible.
Infórmese el diácono sobre agencias públicas y
privadas, así como órdenes religiosas, que socorran diferentes necesidades
humanas. De esa manera el diácono podrá referir casos a dichas agencias o
inclusive cooperar con ellas.
Forme asociaciones o grupos laicales,
especialmente de jóvenes, para que, inflamados por el amor de Cristo, visiten
y ayuden a los necesitados y trabajen a favor de los pobres.
Por último, el diácono es agente de la justicia y
la paz, ya que en virtud de su oficio de caridad tiene la responsabilidad de
promover y siempre buscar el Reino de Dios y su justicia. El diácono ha sido
ordenado, consagrado de por vida a ser sacramento, signo vivo, eficaz, del
ministerio o servicio de Cristo en su Iglesia. Recuerde siempre el diácono
que él es signo visible de Cristo Siervo en este mundo.
Es de notar, que, dando una vista rápida a los
libros de ceremonias anteriores a los actuales, se revela la omnipresencia de
los maestros de ceremonias. Por lo general había dos y en algunos casos tres.
Ellos facilitaban todas las ceremonias y por ello se entiende su
supervivencia hasta hoy. Pero su actuación era tan obvia, que parece que
reducía al celebrante y demás ministros a un alto grado de incapacidad. Hoy
en día no se menciona a los ceremonieros en los ritos renovados porque se
supone que cada ministro conozca su oficio, tan plenamente
como para desempeñarlo sin que otra persona tenga que prácticamente llevarlo
de la mano, como se hacía antes.
La opción preferencial por los pobres
Por medio de esta postura ante las necesidades de
las víctimas de la injusticia, la Iglesia busca dar testimonio de la solidaridad que
es el tener el fruto del encuentro con Jesús, insistiendo que esta
solidaridad no es algo "añadido" a la vida de la fe sino la
consecuencia en el terreno de la historia de la conversión y la comunión
creadas por el encuentro. Es decir, la diaconía de la caridad es
inseparable de la diaconía de la palabra y de la liturgia ya
que tiene el mismo origen que ellas en el misterio pascual.
A mí me parece que el diácono, ministro del
altar, es la privilegiada representación de esta relación entre la Eucaristía
(conversión y comunión) y la lucha por la justicia social.
Durante cientos de años, los diáconos fueron
administradores de los bienes temporales de las comunidades cristianas y se
ocuparon de las obras de caridad. El patrono de los diáconos, San Esteban, es
ejemplo de esto. Ahora, quiero recordarles que aún, cuando San Esteban es un
ejemplo sublime de la diaconía; el encargado de la administración del dinero
y de la caridad entre los Apóstoles del Señor fue Judas Iscariote... Por eso,
el modelo supremo del diácono debe ser Cristo y sólo Cristo: Cristo Siervo
del Padre, Redentor de la humanidad. En su "administración" el
diácono debe, pues, de estar muy consciente de quién es su modelo y de
quiénes son aquellos a quien sirven: Cristo, la Cabeza y la Iglesia en su
cuerpo. Que no sea ya él, sino Cristo quien viva y actúe en el diácono porque
"ahora quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más
grande de todas es el amor" (1Cor. 13, 13).
Ministerio triple: Conclusión
Habiendo terminado de ver por separado los tres
oficios del ministerio triple del diaconado sólo queda aclarar y de nuevo
recalcar que hay carismas especiales y que unos diáconos pueden disfrutar más
de un carisma que del otro. Así es la naturaleza humana. Ahora bien, por esto
no se ha de entender que la Iglesia debe ordenar diáconos predicadores a
solas, o diáconos liturgistas a solas o diáconos elemosinarios a
solas. Estos oficios no se excluyen mutuamente. Se trata de tres oficios
concéntricos y el diácono debe procurar desempeñarlos, de acuerdo con su
llamado, con cierto sentido de proporción y ante todo, en la persona de
Cristo Siervo.
IV. Prospectivas: (de cara al futuro) UNIGENTUSA
FILIUS, IPSET ENARRAVIT: El Hijo único lo ha revelado (Jn 1, 17).
Hasta ahora hemos tratado de estudiar lo que
constituye la identidad del diaconado permanente. También hemos enumerado algunas de las funciones
asignadas a los diáconos. Estos oficios se han presentado desde la
perspectiva de la palabra, la liturgia y la caridad y hemos desglosado las
funciones en cada una de sus perspectivas.
Ahora, presentaremos algunas de las prospectivas
que según mi entendimiento tiene nuestra Santa Madre Iglesia para el orden
del diaconado. Es de esperar que tras casi un milenio de la ausencia del
diaconado permanente en la Iglesia de occidente, su aparición luego del
Concilio Vaticano II, no ha sido entendida por muchos, ni aceptada por todos.
Hemos venido aquí para dejar por detrás al
"hombre viejo". Junto a las tumbas sagradas de los apóstoles Pedro
y Pablo venimos para entrar de nuevo en la fuente de nuestra identidad. Vamos
a dejar el pasado para reorganizar nuestro ser. Vamos a renacer en nuestro
ministerio, ya sea episcopal, presbiteral o del diaconado.
Aquí en el seno materno de nuestra Iglesia que da
a luz al ministerio diaconal. El diaconado participa de la sacramentalidad
del ministerio de los apóstoles. Por eso podemos hoy tratar de descubrir las
posibilidades del diaconado hacia el futuro. Hemos visto las experiencias del
pasado y los problemas del presente. ¿Cuáles son las oportunidades para el
futuro? ¿Qué indica el encuentro personal con Cristo-siervo encarnado cuando
nos encontramos hoy con él?
El encuentro nos revela que somos un ministerio
tan antiguo como la Iglesia misma. También nos indica que estamos en proceso
de resurrección después de mil años de letargo. ¿Sería indicado
"reconquistar" o "capturar" lo que otros por siglos
vienen haciendo en lugar nuestro? No, esa no es buena idea. Hoy otros hacen
lo que los diáconos hacían en la antigüedad porque el ministerio apostólico
se encargó de llenar sus lugares. Pero no se trata tampoco de inventar o
diseñar nuevas áreas para el "nuevo" ministerio diaconal. Se trata
de una conversión general: de reconciliarnos para unir
esfuerzos. El trabajo sobra. Hay trabajo para repartir entre todos los
llamados: unos llegaron a primera hora, otros a última hora (cf. Mt. 20, 1).
Entendemos todos que los pensamientos de Dios no son como los nuestros. Ahora
él llama, a esta hora de gracia nos llama, temprano o tarde, sea la hora que
sea. De él viene todo; de nosotros nada. La hora de convertirnos ha llegado,
no de imponernos.
Nuestro triple ministerio es el mismo: se trata
de desarrollarlo y no de buscar otro nuevo o distinto. Por lo tanto: Sea el diácono ministro de la palabra tanto en la
liturgia como en los medios de comunicación masiva. Sea catequistas en las
parroquias, cárceles, en la vida pública. Sea el diácono ministro de la liturgia en toda su
extensión. En lo que preside como en lo que no preside. Desarrolle el
servicio sin presidencia, que es el que le es propio. Facilite la celebración
de todos para extender la comunión con Cristo y su Iglesia. Que su ministerio
litúrgico contribuya a la belleza y fluidez de las ceremonias, que es donde
se optimiza el encuentro entre Dios y la humanidad y entre el ser humano. Que
propicie ese encuentro en el esplendor litúrgico de la belleza, la santidad y
la verdad.
Que su caridad sea sincera en el amor. Caridad
que ejerce en la predicación del Evangelio y en el servicio litúrgico.
Caridad que se desborda hacia los más necesitados y que ejerce hasta en lo
más oculto, donde sólo dios se entera porque es en el pobrecito sin
personalidad pública que Cristo personalmente sufre. En el silencio de
nuestra nada salta la palabra: es Cristo quien nos llama a cada cual por su
nombre y nos dice "sígueme".
La Oración consagratoria del rito de ordenación
al diaconado comienza así: "Escúchanos, Dios Todopoderoso, que
distribuyes las responsabilidades, repartes los ministerios y señalas a cada
uno su propio oficio; inmutable en ti mismo todo lo renuevas y lo ordenas, y
con tu eterna providencia lo tienes todo previsto y concedes en cada momento
lo que conviene, por Jesucristo, tu Hijo y señor nuestro, que es tu Palabra,
Sabiduría y Fortaleza". Ahora yo les digo que es aquí, en este momento
jubilar e histórico que Dios nuestro Padre y creador y sabio en sus acciones les
ha llamado al diaconado para que sean los pioneros, los portaestandartes de
este estado clerical al final y al inicio de dos milenios. Los ojos de la
Iglesia están en ustedes, si la providencia los favorece en su ministerio, el
oficio del diaconado permanente atraerá muchas bendiciones a la Iglesia. Hoy
día, a ustedes les ha sido encomendado ejercer el diaconado en la Iglesia que
se apresta a revelar a Dios en la Nueva Evangelización. Por lo tanto, en sus
manos está parte del plan de salvación de Dios. Ustedes son diáconos del
nuevo milenio, diáconos de la Nueva Evangelización.
Debido a su cercanía a los fieles laicos, tomando
en cuenta que un gran número de ustedes trabajan en compañías, empresas,
industrias, agencias gubernamentales, algunos son líderes obreros, ejercen en
el magisterio católico o secular, dirigen un negocio propio o familiar, esto
les hace llegar a esos fieles de una manera particular. Es por esto que la
Iglesia espera que ustedes cultiven aquellas virtudes que los apóstoles
buscaron y encontraron en los primeros siete diáconos. Esperamos que ustedes
sean hombres de buena fama, entregados al servicio de los más necesitados,
que gobiernen bien a su familia para que así sean luz del mundo y sal de la
tierra y que continúen con la misión de llevar a Cristo a todo el mundo.
Ustedes están llamados a conocer, proteger y a
valorar a su identidad diaconal. La Iglesia les urge que se distingan por la
integridad de su ministerio. Este ministerio debe caracterizarse por un
equilibrio saludable entre los oficios de la palabra, la liturgia y la
caridad.
En estos tiempos donde debido al consumismo
desmedido, la materialización de la sociedad, la pérdida de valores en muchos
lugares ha ocasionado el crecimiento de la cultura de la muerte, su vocación
al diaconado les constituye a ustedes en brazo invaluable del Obispo. Hoy día
su oficio diaconal con el de los sacerdotes es muy necesario para el proceso
de conversión que tanto necesitamos.
Debido a que muchos de ustedes han recibido el
sacramento del matrimonio y a algunos también Dios les ha bendecido con el
regalo de sus hijos y de sus hijas, su ministerio diaconal les exige brindar
un testimonio viviente de lo que constituye una verdadera familia cristiana
en medio nuestro. Ustedes con mayor empeño deberán por esforzarse en
convertir a su familia en una iglesia doméstica y ser buenos esposos como lo
es Cristo de la Iglesia. Es en su familia donde primero ustedes han de
ejercer su oficio de la palabra, la liturgia y la caridad.
El documento del Concilio Vaticano II, Ad
gentes divinitus, en su número 16, plantea la necesidad de que el diácono
en nombre del párroco o del Obispo sea enviado a dirigir comunidades
cristianas distantes. Esta necesidad plantea la posibilidad de que en algún
lugar ya sea por ser distante o por haber escasez de sacerdotes, el Obispo le
puede pedir que usted le asista en la administración de esta comunidad
parroquial como ministro encargado, ejerciendo su oficio para promover la
misión de Cristo.
"El que ha recibido el don de la palabra,
que la enseñe como palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga
como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas
las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de
los siglos!" Amén. (1Pedro 4-11).
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